… ALMERÍA en lugar de ALMA MÍA
Nueve de la mañana y la humedad no me deja respirar. Las gotas de agua se entremezclan con los chicles de la acera, formando una suerte de película que como poco, resbala. Sigo caminando y en mi afán por sortearlas termino esquivando también algunas mierdas (uy, perdón, se dice “heces”) de animales que se me adelantaron para sacar de paseo a sus perros. Es sucia, de eso no hay duda. Llego hasta la punta abajo del Paseo y esquivo una pota tal que debió tener su origen en más de un estómago. Si no, tamaña extensión no se entiende. Vuelvo la esquina, y unos metros más allá, dobladas sobre sí mismas, atisbo tres jovencitas pintadas como cacatúas que no paran de reír. Ya sé quienes son las legítimas dueñas del asqueroso aporte al urbanismo municipal de esta mañana. “Las tontas no van al cielo”. Lo ha dicho la tele, por algo será.
Llego hasta “la ballena”. Los olores a cebo de pesca y sal marina se entremezclan de repente. Respiro. Si lo que siento ahora pudiera reflejarme en un charco, seguramente me devolvería mi propia imagen más de veinte años atrás. Esta mañana el mar está tan liso que se podría caminar sobre él sin necesidad de hacer milagros y resucitar al tercer día (se nota que en el año 33 la Seguridad Social todavía no había hecho acto de presencia, no iba a cambiar el Nuevo Testamento ni nada). Los primeros veleros ya se divisan rompiendo el duro perfil de los acantilados que llevan el iris hasta Aguadulce. Y ahí, sólo. Cansado de haber esquivado dos cacas, manteniendo el equilibrio tras el laberinto de chicles del Paseo, aún con la risa de las tipas vomitonas potando en mis tímpanos y encima envidiando al cabroncete del niñato que maneja la botavara de la vela como si hubiera nacido sabiendo hacerlo. Serás…
Y entre tantos buenos sentimientos, me doy la vuelta, miro la rambla y su trabuco…
– “Se dice obelisco”.
Aquí trabuco. Y si no, cómprate tu propio blog. Detrás el mar, el viejo sequillo que fuma y pesca bajo el puente de las Almadrabillas mientras critica jurando en verso la maniobra de atraque del “melillero” (los prácticos del puerto ya no son lo que eran, ¿eh?). Delante la Rambla, el Paseo, los ascensores de los edificios que se inundan de olor a churros y tinta de periódico y yo sin saber ni querer ir a ningún otro lado, sino quedarme justo ahí. Y lo único que acierto a pensar y mascullo es: “Qué sucia y basta eres, hija de puta. Pero que encanto tienes, Almería”.