NO SE OS PUEDE DEJAR SOLOS
Me asombro de lo listo que era el tal Burke. Más que eso, visionario. Acojona, si me lo permiten. Un tío del siglo XVIII, escritor y pensador para más señas que, aún con la prensa en paños menores, se atrevió a bautizarla como “el Cuarto Poder” por la tremenda influencia que, aventuró, ejercería sobre el pueblo llano en un futuro. Futuro que, por cierto, hoy es presente.
Una profesión jodida la de periodista, las cosas como son. Se está obligado a hablar, escribir y disertar sobre todo sin saber de casi nada. El columnista que ayer nos aleccionaba con su análisis sobre la gestión pepera o zapateril, como indiscutible causa de la bonanza económica, hoy se descuelga donde le dejan con un “yo ya lo advertí” ante el desastre que se nos avecina. Pero es que lo mismo escribe sobre política internacional que sobre historia o física nuclear. Lo cual, por otra parte, sería como pedirle a un neurocirujano con esas manitas que Dios le ha dado, pilotar con pericia y sin que se noten los baches un Airbus 320, o esperar con inquebrantable serenidad la resolución, pongamos, de un secuestro con rehenes de manos de un honrado tornero fresador. No cuela, ¿verdad? Pues lo mismo me da que me da lo mismo.
Lo malo viene cuando el reportero en ciernes se desincrusta la legaña mañanera, se contempla en el espejo y toma conciencia de ese poder cierto y determinante que le otorga su profesión. El poder de influir en la opinión de millones de personas o de mover la conciencia crítica de otras tantas sobre tal o cual tema. Orientar el pensamiento de doños y doñas de maletín y sobremesa no es, en el fondo, algo deleznable. Más bien al contrario, si me apuran es casi necesario. Desde luego, no adoctrinando ni coartando la libertad de pensamiento, pero sí mostrando todos los datos de un hecho o situación de cualquier índole, enumerar los distintos elementos que lo componen y luego dejar que los curritos de a pie nos formemos una opinión que, con mayor o menor coherencia, es la nuestra y es respetable. Lo que no viene ocurriendo desde hace bastante tiempo en más de un medio de comunicación. Para mí que los informativos de la COPE o Intereconomía son de derechas, como los de la SER o Cuatro son de izquierdas. ¿No lo sabían? ¡Oh, sorpresa! ¡gritos de asombro!
Todo esto viene a colación por el súbito atragantamiento que sufrí el otro día en el tercer sorbo de café, cuando en páginas de un diario español (El País, para más señas) me abofeteó la imagen del bolsillo de un policía, por el cual asomaba un llavero con la efigie de Franco, con esa expresión de estremecedor pasmo que sólo un el galleguiño asesiño tenía cojones de poner, y debajo, la archiconocida leyenda “No se os puede dejar solos”. Las ganas de vomitar vinieron cuando divisé junto a esa imagen, la fotografía de cuerpo entero y a rostro descubierto del agente que presuntamente portaba el llavero, y abajo, para que se leyera bien clarito “Policía de Valencia que lleva, estando de servicio, un llavero de Franco”. Hale, a dormir y sin despeinarse.
Me dan igual las tendencias ideológicas de este señor por dos razones. En primer lugar porque llevando el llaverito del hijo de puta del dictador, en el fondo me demuestra que sabe reírse del absurdo revanchismo que nos invade. Y en segundo, porque en España los nostálgicos de la derechona son de “ultraderecha”, pero a los hijos de la gran puta repletitos de pines del Che, de Lenin o de la familia Castro que queman comercios, destrozan escaparates a bancazos o asaltan comisarías de policía (que no nos olvidemos, representan el orden que todos los ciudadanos necesitamos para que no nos partan la cara cuando vamos a comprar el pan) se les califica como “antifascistas”, en lugar de ser de “ultraizquierda”. No, oiga, antifascistas somos todos los que respetamos la libertad de pensamiento del vecino, de la vecina o de lo vecino (discúlpenme el afán de paridad), Fascistas, por el contrario, son tanto los que en nombre de la derecha apuñalan a Palomino en el metro por un quítame allá esas pajas, como los amigos del susodicho que en nombre de la izquierda y en el mismo suburbano juegan la final de la Champions con la cabeza de uno que piensa de manera diferente a ellos. Ésos son los verdaderos dictadores de nuestra sociedad.
No nos engañemos ni nos la cojamos con papel de fumar. Ese policía, que es un agente de la Autoridad, no lo olvidemos, y ante la cual, llegado el caso, deberá responder, será un cachondo o tendrá sus particulares ideales, que bien poco me importa. Pero está sometido por el uniforme que viste y la institución a la que representa al imperio de la Ley. Y ésa es la mejor garantía de que, llaveritos aparte, en sus actuaciones no van a tener cabida más que la ley y el ordenamiento jurídico vigente. El llaverito (que por cierto, en la foto donde su rostro es expuesto sin tapujos no aparece por ningún lado) a saber si era suyo o lo portaba por habérselo encontrado a la espera de poder devolvérselo a su fachendoso dueño. Pero lo que ya no tiene remedio es que, en aras de la democracia, en aras de la libertad, y al alba, al alba, bla, bla, bla, el Cuarto Poder ya ha juzgado y sentenciado a un servidor público, mostrando su cara sin protegerla de ningún modo, y destrozando con un titular la imagen de una persona, poniendo en peligro su seguridad y sometiéndolo al escarnio, la desconfianza e incluso a un intento de venganza por parte de algún ciudadano radical ante o para el cual preste un servicio.
Gracias, El País, por hacer de este país un lugar más seguro. Gracias al intrépido reportero, ese policía ya no podrá pegar a ningún inocente más con su porra, el muy fascista, ni aún cuando ese alguien esté en disposición de violar a nuestra hija, o de cometer el secuestro de un joyero para hincharlo a hostias hasta que afloje el calderín. Lo importante es que el careto del peligroso madero ya ha sido expuesto para el castigo, y partir de aquí siempre estará bajo sospecha.
Al final va a resultar cierta la leyenda del llavero: no se os puede dejar solos con la pluma y con la cámara. Al menos ese agente del Cuerpo Nacional de Policía (y no Policía Nacional, a ver si aprendéis a escribirlo bien de una puta vez) se somete a los Jueces y Tribunales en cada una de las acciones que realiza. Vosotros, periodistas, disparáis la cámara y sentenciáis con la pluma a ritmo de rotativa, sin defensa contraria posible.
Cómo me recuerda esto a la película de Cantinflas, “El patrullero 777”, cuando el personaje, para aclarar un robo, no deja salir a nadie de una habitación. Un periodista se le encara y le pregunta “¿Acaso no sabe usted lo que es el Cuarto Poder?”, espetándole el genial cómico: “¿Y acaso no sabe usted lo que es no poder salir del cuarto?”.
Pues eso, que no se os puede dejar solos.