Anatomía de una novela: Tiempo de contar una historia
De acuerdo, tengo los personajes, la trama y apuntes de sobra. Pero ¿cómo cuento la historia?
Llevo varios días dándole vueltas al asunto. Tratando de averiguar la forma más adecuada de narrarla. Desde qué perspectiva. Por un lado, creo que el punto de vista del narrador omnisciente resulta adecuado. Por otro, Jon Cortázar es un personaje complejo y temo que eso dificulte que los lectores lleguen a él, a comprender quién es y por qué hace lo que hace. Tomo café con mi amigo Bruno Nievas, que además de pediatra es escritor, y le expreso mis dudas. «Piénsatelo muy bien», me dice. «Porque una vez que tengas avanzada la novela es muy difícil volver atrás y cambiarlo todo».
Como la vida son decisiones, finalmente tomo la mía: contaré la historia desde dos puntos de vista. El trabajo que el sicario Jon Cortázar pretende ejecutar en Valencia, como narrador omnisciente y en tiempo presente. Puede que la acción parezca más lenta, pero quiero que el lector le acompañe en cada momento de su delicada misión y que perciba las mismas sensaciones y los mismos detalles que él. Que sepa cómo piensa, qué siente, de qué sospecha, cuándo siente ansiedad, deseo o alivio. En definitiva, que camine en sus zapatos de asesino con una peculiar vida a sus espaldas.
Por otro lado, las palabras de Arturo Pérez-Reverte en su discurso de ingreso en la Real Academia Española («Somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos») cobran ahora especial sentido: la historia principal se alternará con una trama paralela, en la que será el mismo Jon quien contará su propia vida en primera persona y en pasado, a modo de diario. Su orígen vasco, su ingreso en ETA y su viaje a un campamento clandestino en Venezuela como formador de las FARC, en una estancia que cambiará por completo su vida.
Dos épocas vitales. Dos puntos de vista. Dos narraciones diferentes intercaladas a lo largo de la novela.
Y ahora, a escribir.
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