Me cae una gota de sudor caliente por la mejilla cuando te veo aparecer en la tele, Mohamed, con cara de no haber roto un plato en tu vida, y el aire sereno y dialogante que seguro se traga más de uno apoltronado en su sofá. Estás para verte, figurín. Con tus pantalones del Coronel Tapiocca y la camiseta Jack Jones, repeinado hacia atrás, dando esa imagen de tío moderno y enrollado que tanto os gusta ofrecer. El único detallito, ya ves, que rompe esa armonía es tu mujer, sentada a tu lado, con la chilaba hasta los pies, y la cabeza completamente tapada por el hiyab. Ya sabes, la mirada del hombre es sucia y todo eso, y algunas gastan maneras desde la primera sura.
En fin, en esas estamos cuando comienza la entrevista y la rubia presentadora da pie a que sueltes tu perorata. Los musulmanes estáis discriminados, nadie os comprende, los españoles no os dejamos cumplir con vuestra religión en libertad y, para más inri, la opresión fascista del Estado español sobre Ceuta y Melilla hace que, con razón, os salte la chispa de tarde en tarde y reclaméis la soberanía de ambas ciudades. Ocupadas. Ahí es nada.
Desconozco los planes de estudios de tu país, pero visto lo visto la historia, la verdadera historia (ambos adjetivos por desgracia no suelen caminar unidos), no es vuestro fuerte. Así que agárrate que vienen curvas.
Los títulos de crédito de esta película arrancan con los fenicios, que establecieron colonias en Ceuta y Melilla. Juntas pasaron a ser ciudades romanas, y juntas, algunos siglos más tarde, se convirtieron en ciudades cristianas, de la mano del resto de la historia de España. Pasaron los años, y cuando el imperio romano cayó, ambas ciudades fueron invadidas por los vándalos, y llegados a la convulsa etapa medieval, en la que el poder musulmán se adueño de la práctica totalidad de la península ibérica, fue entonces cuando Ceuta y Melilla vivieron bajo el dominio de los distintos reinos nazaríes y las taifas.
Respecto a Ceuta, fueron los propios califas españoles, frente a los constantes intentos de invasión africanos, los que la defendieron una y otra vez como parte indisoluble de la península ibérica. Fue en Ceuta cuando, en 1227, murieron varios cristianos como mártires –allá cada cual con sus creencias, y si les merece la pena morir, que no matar, por ellas-, lo que constituye la prueba de que el cristianismo nunca fue erradicado de esa ciudad, ejecutando la Reconquista de la misma Portugal, en 1415, y permaneciendo como parte de ella durante todo un siglo. Los tratados entre España y Portugal reconocían a Ceuta como parte de ésta, y en 1580, cuando el país vecino se anexionó a la Corona Española, también lo hizo Ceuta. Pero con una salvedad: décadas más tarde, en 1640, cuando Portugal se constituyó como un Estado propio, Ceuta continuó siendo española porque así lo quisieron los ceutíes. Por este motivo, Mohamed, si te tomas la molestia de observar y aprender, comprobarás que el escudo de la ciudad conserva las armas de Portugal, y posee el título de “Noble, Leal y Fidelísima”.
En cuanto a Melilla, durante la etapa musulmana fue, en principio, una ciudad próspera,… pero bajo el dominio del califato de Córdoba. Lo que significa que incluso durante la ocupación musulmana, Melilla siguió siendo española. Esto duró hasta la caída del califato, en el siglo XIII, en el que la ciudad quedó completamente destruida, siendo los castellanos los que la reconstruyeron, aunando el ingenio con la firme voluntad hispánica. Y la manera en la que la reconquistaron, créeme, fue, para la época, sublime y emocionante. Rodeada la ciudad de moros, y desaconsejada por tanto cualquier operación militar, las tropas del Duque de Medina Sidonia realizaron un desembarco nocturno, transportando en los barcos una serie de vigas desmontables, las cuales ensamblaron con celeridad durante la noche, creando a la mañana siguiente la falsa y aterradora ilusión en los moros de que la ciudad se había reconstruido sola en pocas horas, atribuyéndose esto a un hechizo. Así, de esta manera, quedó completada, en el siglo XV, la reconstrucción abnegada de una ciudad que fue asediada una y otra vez por sultanes marroquíes, en busca no de una soberanía, e incluso de la legítima reclamación del territorio por quien guerrea, sino tan sólo del botín, del puto, sucio y efímero botín de siempre.
Así pues, ni ocupación, ni represión ni hostias en verso. La misma historia de siempre. Mientes. Por ignorancia, por conveniencia o por ambas cosas. Pero te da igual. Y que conste que me la soplan los zopencos del “¡España para los españoles!”. Defensas así no las necesitamos. La única realidad es que en muchos lugares el Islam es una religión invasiva y excluyente, como lo fue el cristianismo en su momento, solo que, siglos más tarde, a la jerarquía eclesiástica se le pasó la fiebre por quemar en la hoguera a quienes se salían de la línea marcada y por condenar a una muerte en vida a quienes cometían pecados que hoy provocan en cualquier sacerdote la risa floja. E incluso les dio por pedir perdón por cosillas tales como querer achicharrar a Galileo cuando afirmaba que la Tierra se mueve, o lograrlo con Miguel Servet por aunar sus descubrimientos sobre la circulación pulmonar con el ejercicio de la crítica a la religión establecida en su época. Y en esas estáis todavía muchos –no todos- musulmanes. En montar en cólera por cada mínimo detalle que os ofenda. En querer que todos sigan vuestras costumbres en vuestros territorios, pero también exigirlo en los países que os acogen. Y que muchos de los presuntos musulmanes pacíficos y tolerantes siempre argumentáis que los radicales son otros, pero lo cierto es que unos atentan, unos amenazan, unos chantajean, y todos os beneficiáis de ese trocito ganado cada día. Al merme, que diría el genial José Mota. Unos agitan el árbol y otros recogen las nueces. ¿Les suena? Es el mismo principio desde que el hombre es hombre.
Cuando se pone en duda que por tus creencias la mujer sea un cero a la izquierda, cuando se somete a contraste la privación de derechos humanos en muchísimos países islamistas, cuando se desea un debate en libertad –li-ber-tad, Mohamed-, ahí es donde se te cae la careta y despotricas de todo, de los cristianos, de los judíos, de los pastores, del buey y de la mula. Y todo, las cosas como son, con la inestimable colaboración de nuestra clase política, que por no teneros enfrente prefiere teneros detrás, poniendo el culete a cada momento, mientras se esfuerza por eliminar todo vestigio de su propia religión y cultura. Y como no, de los valientes de siempre, que en sus respectivas cadenas jalean una obra de teatro que se llama “Me cago en Dios”, ridiculizan a la Iglesia Católica o claman furibundos contra el crucifijo en las escuelas. Pero ni una sola caricaturita de Mahoma se atreven a pintar en su servilleta. No hay huevos. For if the flies.
Entre tanto, la turba islámica sigue poniendo el grito en el cielo –lo de “Allah´u akbar” da mucho juego, oigan-, cada vez que algún español con proyección pública pisa cualquiera de las ciudades autónomas, amenazando con degollar corderos en nombre de la madre que nos parió, pegando grititos histéricos con velos multicolores por las calles de Rabat al ritmo de “todo es una provocación”, o, como traca final, enviando una delegación musulmana para asesorar a los dueños de la discoteca situada en la localidad murciana de Águilas, llamada “La Meca”, porque desde el nombre hasta el minarete que la remata molesta a los de siempre.
A los pocos días, los dueños ofrecen, junto a los delegados musulmanes, una rueda de prensa en la que explican que han remodelado todo el local para no ofender a esos amables señores que tienen sentados al lado. La cámara capta cómo Hanafi envía una sonrisita cómplice que es devuelta, todo solícito, por el dueño de la renombrada discoteca “La Isla”.
Y mientras, por su carita sonriente, resbala una gota de sudor fría, muy fría…