DESCONTROLADOS
Imagínese sentado en una oficina de denuncias, tras haber sufrido un robo. Allí, jodido, esperando que la espada flamígera de la justicia caiga sin piedad sobre el autor (presunto, oiga) y le chamusque salva sea la parte, de repente escucha al otro lado de la puerta, justo cuando le toca entrar. “Estoy hasta los cojones. Primero me bajan el sueldo, luego me quitan ayudas de acción social, ahora me quitan casi media paga extra, mientras sigo trabajando en un turno que se inventaron hace veinte años. Y la gente sigue viniendo a denunciar. Anda y que se metan por el culo sus putas denuncias. Tengo tanto estrés que a cualquier ciudadano le voy a pegar un tiro”. Y ahora entre, si tiene huevos. Sala de espera de cualquier centro hospitalario. Repleta de las lógicas caras de cansancio, malestar y preocupación. Colgado en la puerta hay un manifiesto en el que el personal sanitario, harto de la cantidad de horas que realizan, de la miseria que cobran por ello, de la disponibilidad que se les exige, del nulo respeto que los pacientes les tienen y de la ansiedad que les generan los constantes enfrentamientos con la dirección del centro y las autoridades sanitarias, expresa su malestar cagándose en la puta madre de los pacientes, afirmando que les importa un carajo si se sienten bien o mal, y amenazando con que el día menos pensado van a comenzar a equivocarse en la administración de los medicamentos y a lo mejor, oyes, por esas cosas que pasan, angelitos al cielo. Sr. Pérez, su turno.
¿Qué consideración les merecerían los “profesionales” (en la generosa acepción de que ejercen una profesión) que se expresaran en semejantes términos? Pues a partir de ahora, antes de coger un avión en el aeropuerto de Palma de Mallorca, yo de ustedes preguntaría si Cristina Antón está de servicio. Porque lo que esta señora, al parecer controladora aérea, escupe desde su blog es más o menos lo que han leído, pero aplicado a su oficio.
Ni una coma le discuto cuando afirma que las cifras que se están presentando sobre condiciones laborales, cifras y decretazos en los medios de comunicación por parte de controladores y Gobierno están equivocadas o, cuando menos, son inexactas. Probablemente. Está demostrado que en toda disputa, como en la vida, existen tres verdades: la tuya, la mía, y la verdad. Y en un conflicto tan enquistado, ambas partes cuentan la película desde el prisma que más les favorece con tal de salirse con la suya. Que los controladores han sido una casta privilegiada en turnos y sueldos, casi inaccesible por voluntad propia, eso es algo de general conocimiento. Que el Gobierno les ha tumbado de repente y a las bravas muchos de sus privilegios, pegándoles un baño de humildad, y donde antes hacían horas extras a precio de oro ahora les sobreviene el soponcio cuando tienen que realizarlas por la mínima y sin rechistar, y por ese mismo hermetismo del que han hecho gala no existen actualmente controladores suficientes para repartir tan extenuante tarea durante las vacas flacas, lo sabe hasta el tato. Pero donde los controladores en general y la señora Antón en particular patinan es en las formas. Paralizar a un país en fechas tan señaladas y de una manera tan vil y criminal, no tiene nombre. Y aunque comparar su acción imaginando como sujetos activos a cuerpos de seguridad, sanitarios, bomberos, y un largo etcétera es un argumento desgastado y repetitivo, no se me ocurre mejor ejemplo para evidenciar la magnitud de lo que han hecho. ¿Se lo imaginan?
La señora Cristina Antón, desde su blog, defiende sus acciones ante los ciudadanos con una rabia, saña y cólera desencajadas como jamás he leído en ningún panfleto radical, con perlas tales como “no me jodáis”, “vuestros putos puentes y putas vacaciones”, “me cago en vuestro puente trescientas veces” “la puta mierda de los militares (…) y a su puta madre, porque en ese preciso instante le clavo mi contrato en el fusilito y que se enchufe él”. Rematando todo lo anterior con lo más grave: “al final vamos a empotrar un avión”. Pasajeros, embarquen por la puerta D12.
Ya no es por los insultos o las palabras soeces. Caca, culo, pedo, pis. ¿Lo ven? No pasa nada. A uno mismo de vez en cuando le entra el calentón y dispara a todo lo que se mueve sin miramientos. Es lo indigno, lo abyecto, lo ruin de su defensa, que es el más rastrero de los ataques. Además de la falta de respeto, del tono barriobajero y colérico, y de que pública y voluntariamente echa por tierra la imagen que, en el fondo, teníamos de los controladores aéreos de gente preparada, cualificada, entrenada para dominar el estrés y la ansiedad en situaciones difíciles (¿no presumíais de eso, para justificar tales sueldos?), lo de esta señora, más que de juzgado de guardia, es de examen médico a fondo. ¿Se imaginan, de nuevo, a policías o médicos expresándose de esa manera y amenazando de forma tan burda y mafiosa? Pues ahí lo tienen. Claro, que de una controladora aérea que afirma “yo he tenido un fin de semana libre en nueve putos meses”, al mismo tiempo que se contradice al explicar que estuvo “dos meses de baja por una subida de tensión”, o que “no nos dejan hablar en la tele ni salir en los periódicos, porque al Gobierno no le interesa” cuando al portavoz del sindicato mayoritario de los controladores le brotan clubes de fans cada vez que abre la boquita en cualquier medio o red social, ¿qué se puede esperar?
Bien haría AENA en examinar a esta “descontrolada”. Pero volviendo al tema de los tacos, hace tiempo perdí una apuesta con un amigo que se molestó en contar las veces que había escrito alguno en uno de mis textos, y me ganó una cena. Como no quiero tener que pagarle dos (porque el colega es de buen saque), me abstengo de escribir lo último que tengo en mente, y no le diré a esta tipa a quién le sugiero que empotre.
Siempre genial, sociedad de pandereta. Mientras familias de 3 y hasta 5 personas intentan pasar con 400 míseros euros mensuales y dramas humanos se desmoronan a nuestro alrededor, esta gente, con lo que cobra , no tiene ni tan siquiera la decencia de cuidar las formas en sus reivindicaciones
Cuando ya no queda apenas nada, esto es lo último que se debería perder.
Son unos hijos de la gran chingada!son tantas las cosas que se pueden decir de estas personas, que el comentario estaría lleno de sapos y culebras y no es plan…por lo tanto mi indignación la resumo en esta famosa frase cabreril mexicana.:)
Estupendiiiisimo post, de la muertee!