DESTERRANDO PIROPOS
Señora mía:
Por aquello de no dejarme llevar por la información fabricada para el consumo rápido, tan propia de estos tiempos, tengo la mala costumbre de leer a fondo las noticias. Sus declaraciones no han sido una excepción –no todos los días uno tiene acceso al sentir de la Presidenta del Observatorio contra la Violencia de Género—, pero a pesar de repasarlas una y otra vez no termino de digerirlas, palabrita del Niño Jesús.
Pretende usted erradicar el piropo porque “invade la intimidad de la mujer”, reforzando su argumento con el anecdótico dato de que en Egipto las mujeres caminan con tapones en los oídos para no escuchar los halagos de sus congéneres masculinos. Tal vez olvida el sutil detalle de que en ciertos países musulmanes la carga de la pretendida ofensa que constituye el piropo no recae en el hombre por haberlo proferido sino en la mujer que lo recibe, por infiel y por zorra.
Sus palabras me han causado una profunda tristeza, señora. No tanto por comprender una vez más en manos de quién estamos (y es que no pasa un día sin que descubramos a una nueva lumbrera), sino porque erradicar el piropo sería como ponerle puertas al campo, como asfixiar la capacidad de percibir la belleza que lo inspira. De salirse usted con la suya (bien sé que no le faltará el enfervorecido apoyo de una caterva de feministas, de esas que, curiosamente, jamás han sufrido el riesgo de ser piropeadas) aquellos a quienes la mujer nos inspira los más gratos sentimientos tendríamos que callar para siempre.
Hay piropos y piropos, vive Dios. Por supuesto, nadie con dos dedos de luces puede tolerar la procaz vulgaridad que se cree revestida de gracia. Es más, yo no soy especialmente piropeador. No, al menos, de los de andamio, cerveza y hucha al descubierto (que también tienen su encanto, no crea). Pero en cualquier caso, su infundada pretensión haría desaparecer de nuestra libertad el gozo de expresar la sensación que nos produce atisbar los primeros rayos de sol aterrizando suavemente sobre la piel limpia y fresca de la mujer amada antes incluso de que despierte. La expresión oportuna que ahoga el nudo en la garganta al contemplar de súbito la desnudez trazada por deliciosas formas en las que uno podría matar o morir a cambio de perderse en ellas para siempre. El torpe balbuceo que nos roba la serenidad al darnos cuenta de que los ojos a los que creíamos mirar, en realidad nos están mirando a nosotros. La expresión jubilosa que pretende adjetivar, siempre quedándose corta, la alegría que produce cruzarse con un rostro cuya belleza nos cuenta una historia que se nos antoja de pronto tan desconocida como fascinante; el semblante poseedor de una sonrisa que nos reconcilia con la vida, con el mundo, con la sociedad y, pardiez, hasta con nosotros mismos.
Además de tristeza, señora mía, sus palabras provocan dudas insoportables en mí: ¿deberemos también condenar al destierro el piropo cuando brota de los labios de una mujer y es dirigido a un hombre? ¿Y si es lesbiana y lo dedica a otra mujer? ¿O si un hombre piropea a otro? ¿Sería usted capaz de admitir que se atente contra los derechos de las personas cuando se ve implicada su orientación sexual?
Ciertos jardines conviene contemplarlos pero no pisarlos, porque se corre el riesgo de aplastar flores tan bellas como usted –no he podido resistir la tentación de descubrir su atractivo en la fotografía que acompaña a la noticia-. A propósito de esto, permítame terminar diciéndole que posee una hermosura justa y equilibrada, y que ni el paso de los años conseguirá desterrarla. Años que al parecer sí han logrado desterrar, por desgracia, su sentido común.
Estoy totalmente te de acuerdo contigo. Me encantan tus artículos. Espe (madre de La Luna en dulce)
Encantado de conocerla, señora. Le felicito por su amabilidad. Y por su hija, para qué engañarnos… 😉
Un placer.
Te aseguro que la próxima vez que cené con amigas de esas que están entre los 40 y 50 años , no las diré lo guapa que están, lo bien que se conservan, lo alejado que tienen de ellas el paso del tiempo. No quiero que piensen de mí que soy un machista asqueroso
Desde luego que las mujeres estamos apañadas con estas que dicen representarnos y hablar en nombre de nosotras. Un piropo es una delicia, un subidón de moral y de autoestima, es algo agradable, una se siente atractiva, femenina. Ya está bien de estereotipos feministas. Viva el piropo, no lo desterremos nunca.
A ti, Rubén, que te digo, si ya sabes como te admiro! Que sigas dándonos buenos ratos con tus escritos y aplastando cucarachas.
He dicho.