LOS REYES VAGOS
El charco ofrecía la quietud perfecta hasta que la pisada nerviosa del niño que corría partiéndose de risa rompió toda la superficie espejada en la que descansaba mi vista.
En Valencia está cayendo la noche. A través del cristal y entre el humo del café veo las últimas luces de la Navidad que el asfalto mojado me devuelve reflejadas. No ha dejado de llover en toda la tarde y estoy llegando a la conclusión de que esta noche de cinco de enero será igual que cualquier otra.
Los años, que aún no son muchos, van cayendo inexorablemente como la misma lluvia que me acompaña cuando escribo esto, y sólo la edad y la madurez tiñen los restos de ilusiones pasadas hasta el punto de asumir la soledad, buscada por otra parte, con la dosis justa de serenidad. En estas fechas, en estos momentos, nuestra memoria evalúa los sentimientos que albergábamos hace años y los que acogemos ahora, para darnos cuenta de que crecemos, cambiamos, y la inocencia va dejando paso a sustantivos más realistas. “Siempre soy el mismo, nunca soy lo mismo”, dice el adagio. Mantenemos la esencia, pero cambia nuestra óptica sobre todo lo que nos sucede, y el modo en que lo afrontamos.
Me maravilla contemplar las caras iluminadas y los grititos risueños del tropel de niños (y de niñas, Bibiana) que a estas horas corren soltándose de la mano de sus padres como si así lograran burlar el reloj y adelantar las horas que ineludiblemente les llevarán a traducir en juguetes envueltos de mil maneras la indescriptible ilusión que se halla contenida en el convencimiento de que tres hombres con capas, coronas y camellos han caminado sobre las mismas baldosas que por la mañana sus piececitos descalzos pisarán, descubriendo cómo dieron buena cuenta de las galletas, la paja y el coñac que los pequeños dejaron la noche anterior como agasajo. Sin embargo, esa ilusión, esa fe no mueven montañas ni lo harán. Y eso es algo que asumirán, e incluso llegarán a comprender, con el cambio de calendarios del colegio, luego del instituto y, los más afortunados, de las paredes del lugar de trabajo.
Las creencias son necesarias porque orientan nuestros pensamientos, nuestros actos, e incluso nuestra forma de entender la vida. Pero son sólo eso: creencias. Del hecho de que conforme pasan los años mi fe en un ser superior vaya menguando y de los motivos para ello ya hablaré otro día, pero me temo que dicha creencia tiene el mismo fundamento que la existencia de los aludidos reyes de Oriente, David el Gnomo o el Ratoncito Pérez. Pero insisto en que de eso hablaré en otra ocasión.
Toda la parrafada anterior viene a colación por el hecho de que es hermoso, y si me apuran hasta necesario, fomentar y mantener los ideales y tradiciones que tanto nos ilusionan en los niños. No obstante, e indefectiblemente, se debe también educarles conforme crecen en el hecho cierto e indiscutible de que el esfuerzo, la voluntad y la determinación son las que cambian el mundo, las que nos hacen gobernar nuestra vida y lograr la consecución de los objetivos más insospechados, y en ningún caso la “magia” de las cosas fáciles, superficiales y volátiles. El nepalí Min Bahadur Serchan, de 78 años, ha logrado ser reconocido en el Libro Guinness de los Records como el hombre más longevo que ha conseguido alcanzar la cima del Everest. Y no ha sido fácil, sobre todo porque llevaba intentando, no ya la escalada, sino iniciar su gesta, desde 1960, pero siempre se torcía algo. Hasta la alfombra voladora sobre la que Nadal y Federer pelotearon en el torneo qatarí de Doha fue izada con una grúa. Grúas Aladino, supongo.
La voluntad, no la magia.
De nada sirve una fe infantil si con el continuo transcurrir de las primaveras al final se llega a la conclusión de que es factible pasar de curso con tres asignaturas, scrbr cn txt d sms se cnvierte n la unika frma d xprsion uau tia o sea q fuerte!, de que es inútil conocer y aplicar a los episodios más lucidos y a los más oscuros de nuestra vida las enseñanzas contenidas lo mismo en el polvo enamorado de la poesía de Quevedo que en el Arte de la Guerra de Sun Tzu, y de que la torpeza y la ignorancia les hará incapaces de traducir sus sentimientos con la tibieza y el temblor que toda alma asemeja a una nota musical de un piano (cuyas teclas tocan las personas, no lo olvidemos) que cae para romper de nuevo la fría quietud del charco ante el que derramo estas líneas. La enseñanza del saber, de la cultura, de la libertad, de los sentimientos y de la voluntad y el esfuerzo son el mejor regalo con el que lograríamos convertir todos los días de su vida en una perpetua mañana de Reyes.
Hay un dicho que reza así: el secreto de la felicidad no está en esforzarse por encontrar el placer, sino en encontrar el placer en el esfuerzo. Hombre, suena un poco a la ética protestante del trabajo, que llevada al extremo tampoco me atrae mucho ni me parece el ideal de vida, pero tal como está el patio actualmente, su poquita de ética protestante del trabajo no les vendría mal a esos niños de ahora que se hacen pupita con sólo mover un dedo y se traumatizan si no les dan lo que quieren incluso antes de abrir la boca para pedirlo. Muy acertadas tus palabras….o eso me parece a mi, que no tengo hijos. Igual no debo opinar…
Pues yo coincido plenamente en el fondo del asunto, y ademas me sorprende gratamente ver lo bien que escribe alguien a quien yo quiero mucho, pero del que desconocía totalmente esta faceta. Nada, a seguir escribiendo, y nosotros seguiremos leyendo tus reflexiones, que seguro siempre serán interesantes.
El creer en algo siempre es bueno, ya sea Dios, los Reyes Magos,…. que venimos del polvo cósmico o simplemente en algo que nos puso aquí.
El creer te hace tener ilusión en las personas y en el mundo en general, y saber que la vida no solo es esto que vemos cada día sino que hay cosas más grandes que nosotros y que aún desconocemos y no podemos manejar, te hace estar a la expectativa o despierta la curiosidad de conocer esa otra parte.
Todos muchas veces añoramos nuestros años de infancia, porque vivíamos en un mundo ideal, lleno de fe en las cosas que nos decían…. nos hacia la vida más fácil y bonita, el creer en los reyes magos, …(yo soy más de la corriente de Papa Noel, o Santa Claus, o el «Niño Dios»), el ratoncito Pérez, etc.
Pero la vida es ir creciendo y con ello descubrir que el mundo no es fácil y color de rosa como en nuestra infancia, pero aun así sigue siendo igual de bello, porque forjamos nuestra vida a nuestra manera, y decidimos si hacer de nuestro camino un sendero de rosas o de espinas.
La clave está en creer, en uno mismo, en tu familia, en tus amigos, en las personas nuevas que conoces y que entran en tu vida……y todos los días pensar…. que hoy todo será mejor…..y lo es.
Dicho esto, quiero por último felicitarte por esta nota ( que es la primera que leo del blog , mas no la última, eso seguro :)), porque es muy profunda, nostálgica, serena, y a la vez llena de ilusión, lo bueno de escribir es transmitir sensaciones y lo logras, así que por eso, un : Bravo!!Para el artista.
Y con esto me despido, desde la ciudad del millón de cosas 😉
Muy de acuerdo colega ..escritor! y amigo virtual:-) Sabias palabras que dicen mucho!
Gracias por vuestros comentarios.