MIENTRAS NOS QUEDE EL FÚTBOL
Vuelvo a leerlo, incrédulo, por tercera vez. Y les juro que ni aun así termino de convencerme. La noticia no es que dé para mucho: un jugador del Real Madrid, detectado por un radar circulando a más de doscientos por hora en la M-40.
Antes de nada, hablemos del cazador. Uno de esos radares de la DGT, ultimísima generación, el no va más en velocidad de obturación bajo difíciles condiciones lumínicas, y ya en megapíxeles ni les cuento. Solo que luego no hay medios ni huevos para interceptar al probable homicida. Que siga su noble camino, pensará el Multanova. Que siga disputándose el espacio –y tal vez la vida- con el resto de ciudadanos que circulan en sus respectivos coches, lo mismo solos que acompañados, y a lo peor llevando a sus hijos, ignorantes todos ellos de que un capullo con ínfulas de tocapelotas tiene, no ya en sus manos, sino en la punta de su pie sobre el acelerador sus frágiles vidas sin importarle nada más que, si acaso, salir en la foto dando el perfil bueno. Total, ya le llegará la cartita al cabo de unos días con el impersonal y burocrático ruego de que identifique al conductor. Algunos cientos de euros, tantos puntos y cling, cling, hasta la próxima, chavalote.
La noticia es de una página web deportiva. Quienes me conocen saben que el fútbol no es santo de mi devoción, pero hay días en que mi vecino de mesa me lleva la delantera, el muy cabrón, y se afana el periódico antes de que me dé tiempo a parpadear. Así que no me queda otra que tirar de móvil y allí se las compongan mis pupilas y mis dioptrías con la pantallita. Pero a lo que iba. La crónica son cuatro líneas, a las que siguen ochenta comentarios de los lectores. Y es entonces cuando el asco y la desolación se apoderan de mí. Ni uno, oigan, ni uno comenta el suceso afeando la miserable conducta del jugador. Ni tan siquiera sugiriendo que eso está feo. Nada. Las opiniones divagan entre el “tampoco es para tanto, en las autovías no debería haber límite de velocidad” hasta lo que termina por escocerme los higadillos: “Como hay cierta prensa que no soporta que gane el Real Madrid, ahora sólo le queda echar mierda sobre sus jugadores”.
Así, tal cual lo han leído. Sin atisbo alguno de inquietud, de vergüenza o como mínimo de desprecio, que en este caso estaría más que justificado, amén de dos buenas hostias, llegado el caso. Una conducta asesina que sigue truncando miles de vidas y destinos al año es justificable si se trata de alguien conocido con más dinero, incultura y fama de los que ningún ser humano puede asimilar.
Pero, ¿saben qué les digo? Que tienen razón, y que tenemos lo que nos merecemos. Un país donde nadie es capaz de hacer autocrítica y reconocer sus propios errores, donde se afea la conducta de los corruptos ajenos mientras se tolera y jalea la de los propios, un lugar donde se reclama cultura al tiempo que el pedo mental de cualquier memo famosillo es elevado a la categoría de trending topic. Una sociedad, en suma, donde ningún delincuente –si lo piensan bien, nadie está a salvo de pisar ciertas líneas- sale a la palestra para admitir lo que ha hecho, pedir perdón, y ofrecer su caso para que sirva de ejemplo y escarmiento a otros. Al contrario, se enrocan en su chulería y su mediocridad, escondiendo lo robado con la patita y volcando en su desesperada huída todas las mezquinas excusas que su podrida imaginación es capaz de elaborar. En definitiva, nos pasamos la vida piando con la boca abierta y llena de alpiste.
Por eso a tantos parece no preocuparles la reprochable conducta de Benzema, ni las vidas que puso en peligro, ni su absoluta falta de pesadumbre más allá de solicitar al juez que aplace el juicio porque le coincide con un partido. Por eso espero que la panda de descerebrados de la que les he hablado no tengan seres queridos susceptibles de morir asesinados por otros suicidas imbéciles el próximo fin de semana, sin ir más lejos. Pero en el caso de que así sucediera, les recomiendo que se den prisa en organizar el funeral y den rápido carpetazo a sus restos mortales. No vaya a ser que lleguen tarde para ver el puto partido del siglo.