Mantengo tres colecciones que solo mis allegados conocen. Les dejo que se entretengan adivinando dos de ellas, pero les confesaré la tercera.
Mi colección de cuadernos es modesta, no vayan a pensar. Desde los sencillos hasta los más elaborados, todos tienen diversa procedencia: regalos de amigos generosos u obtenidos durante mis viajes por este u otros países. De algunos mancillé sus páginas relatando aventuras, pensamientos o sucesos. Otros se conservan impecables, resistiéndome a la tentación de usarlos cada vez que abro la vitrina y los contemplo.
De todos ellos, hay uno al que le tengo un cariño especial, quizá porque es el más diferente de todos. Más que un cuaderno, es un bloc de notas. Sus cubiertas, duras y hechas para aguantar trotes, están inspiradas en Leonardo da Vinci. Pero no es su diseño lo que me inspira el afecto, sino que fue justo ese el que utilicé durante meses para auxiliarme en la escritura de mi novela La melodía de las balas.
En él redacté las primeras notas, cuando Jon Cortázar, su protagonista, aún no se llamaba así, o cuando imaginaba a la joven y enigmática Yara como periodista en vez de la experta en informática que acabaría siendo. Como ven, hasta en la literatura se cumple el proverbio: Si quieres hacer reír a Dios, muéstrale tus planes.
De modo que, si Dios escribe recto con renglones torcidos, imaginen cómo serán los del que suscribe. La cosa es que La melodía de las balas finalmente verá la luz en diciembre, de la mano de la editorial Olé Libros, y como homenaje a ustedes —dicen que uno escribe para sí mismo, pero dejémonos de hipocresías: también lo hace pensando en el lector—, he decidido recuperar una vieja sección a la que en su día bauticé como Anatomía de una novela. A lo largo de las próximas semanas iré publicando las anotaciones que recopilé en ese cuaderno: el germen de la novela, los esbozos de los personajes, el proceso de documentación, los lugares que visité o los problemas que fui encontrando por el camino y el modo en que los resolví —con mejor o peor fortuna, ya juzgarán ustedes si tienen a bien leerla—; en definitiva, el andamiaje de una historia, la anatomía de una novela que he decidido autopsiar ahora que yace encuadernada e inerte sobre la mesa, esperando, paradójicamente, a cobrar vida en cada lector que adentre en sus páginas.
Sean bienvenidos. Un placer.