CUESTIÓN DE CHAQUETAS
Querida Naroa:
La cena del viernes fue la primera vez que nos vimos y supongo que también la última. Tu encantador estilo y tus inmensos ojos verdes se esfumaron cuando te levantaste de la mesa y te fuiste de pronto, casi sin despedirte. Al menos nos dio tiempo para intercambiar nuestros números de teléfono, pero sospecho que no volveré a saber más de ti. Pero aunque así fuera, explicar por whatsapp lo que no pude terminar de contarte a los postres resultaría torpe además de inútil. Por eso te escribo esta carta.
La palabra política es tan fea que cuando se agrega a otra palabra tan bella como es madre la convierte en suegra. La frase del humorista Roberto Gómez Bolaños refleja brillantemente la situación que vivimos y que fue objeto de nuestra discusión. No recuerdo quién sacó el tema, lo cual no tiene nada de extraño porque hoy en día cualquiera habla de la crisis, lo mismo sentado en un escaño del Congreso que en el taburete de cualquier bar. Estuvimos hablando sobre la situación económica y comentamos algo sobre los recortes, los cuales, convinimos, son directamente proporcionales a los privilegios de la casta política. Debió de ser el vino, pero una cosa nos llevó a la otra y cuando surgió el tema del 15-M en tus bellísimos ojos –no puedo evitar recordarlos, disculpa- brilló un destello de orgullo cuando me confesaste tu participación en la comisión jurídica.
Ése fue mi fallo, lo admito. Ir más allá de las cuatro consignas que traías aprendidas de casa o de la facultad, qué más da. La cosa es que no lo encajaste bien. Pregunté cómo era posible que los letrados de la autoconstituida comisión ignoraran deliberadamente toda la legislación vigente relativa a reuniones y manifestaciones, que no es sino el desarrollo del derecho y a la vez de los deberes que recoge la Constitución. Que paralizaran la libre circulación de millones de ciudadanos en las plazas públicas y perjudicaran a los comerciantes (también ciudadanos) pese a sus constantes ruegos y protestas. Tu respuesta fue contundente: no estabais de acuerdo con esa ley. Ahí empezó nuestro desencuentro.
Imagina que cada vez que alguien considerara injusto el ordenamiento jurídico, en lugar de plantear democráticamente los cambios que considerara oportuno directamente se lo saltara. Que aparcara en reservados para minusválidos o frente a salidas de emergencia sólo porque estimase abusiva la normativa de tráfico. Que estuviéramos expuestos a que cualquiera zanjara una discusión cotidiana sobre cualquier tema pegándonos un tiro con una pistola adquirida sólo porque no está satisfecho con la seguridad que el Estado le ofrece ni con el reglamento de armas. O que, de esto ya existen antecedentes, asaltaran supermercados que consideran capitalistas con la peregrina excusa de ofrecer los alimentos robados a los comedores sociales. Comedores, por cierto, que se rigen por una normativa muy precisa y que ya se desgañitaron para explicar que nadie había dado vela a esos cuatro adalides de la justicia en este entierro.
Tal vez lo anterior pueda parecer complicado, Naroa, pero no lo es, créeme. Desde el momento en que cuatro o cuatro mil, da igual, se creen con derecho a repartir los carnés de demócratas, entonces la cosa peligra. Y mucho. Porque aunque te cueste admitirlo, y te aclaro que estoy de acuerdo contigo en lo injusto de este sistema, de la actuación de los bancos y de la poltrona de la casta política (¿quién puede no estarlo?), sois pocos los que actuáis así. Muy pocos, aunque hagáis mucho ruido. Por eso, a pesar de que los telediarios abran con vuestras caceroladas, continúen con vuestras manifestaciones constantes y cierren con vuestras denuncias contra el sistema, por eso, Naroa, jamás se ha logrado en este país un cambio político significativo en casi cuarenta años de bipartidismo y ciertos partidos no obtienen los votos suficientes como para que el mismo Sistema D´Hont que tanto critican les favorezca descaradamente. Porque en millones de hogares habitan personas muy jodidas con la crisis y sus consecuencias. Las mismas personas que, nos parezca bien o mal, se sienten españolas, no ya de izquierdas o de derechas sino de una amalgama interminable de combinaciones más o menos ideológicas que contemplan sus propias ideas. Y cuando varios miles pretenden hacerse pasar por la voz de otros tantos millones, y éstos no ven en las protestas y manifestaciones ningún proyecto ilusionante, moderno, actual, sólo la rancia profusión de banderas republicanas y nacionalismos insolidarios, entonces algo les huele mal y recuerdan los primeros recortes de un gobierno de izquierdas, cuando callabais, domesticaditos, hasta que palpasteis el latido del cambio hacia la derecha en la futura cita electoral, y os echasteis a la calle sin ofrecer, por desgracia, otra alternativa que el mismo refrito del puñetero y estúpido revanchismo español. En otras palabras, esos ciudadanos concluyen lo que las urnas demuestran legislatura tras legislatura: que es un simple quítate tú para ponerme yo.
Mencionaste a ciertos partidos de izquierdas como alternativa. Podría ser. Si no fuera porque tampoco renuncian a sus prebendas vitalicias no ya para ofrecer caridad (en palabras de Llamazares), sino por dar un maldito ejemplo que nos convenciera de que, a diferencia de otros, basan su existencia en hechos y no en desgastadas promesas. Partidos que cuando han tenido la llave para que otras formaciones conquisten la alcaldía en varios municipios han sorteado con medias verónicas la responsabilidad en educación o asuntos sociales para hincarle el diente a la jugosa concejalía de urbanismo. Vaya por Dios. Hasta contemplé con esperanzada curiosidad al partido que llegó a la Junta de Andalucía prometiendo justicia e imparcialidad en el millonario escándalo de los EREs y que ahora pastelea con maniobras sucias y pasilleras para que sus socios de gobierno salgan indemnes de tamaño disparate. Te apuesto otra cena, Naroa, a que políticamente todo queda en nada. Mismos lobos, distintas pieles. La pena de todo esto es que, como es habitual en España, los partidos no ganan las elecciones sino que son los gobiernos los que las pierden. Y como consecuencia natural de este axioma, tarde o temprano otra ideología será aupada al poder y cuando, como así ha sido en nuestra historia, cometa desmanes y abusos con vuestro silencio cómplice, todo seguirá igual hasta el próximo cambio, cuando volveréis a rebrotar con energías renovadas. Qué poco habremos ganado y cuánto perdido para entonces.
No cometas el tremendo error de tomarte esto como una defensa de la derecha. Al contrario, le sobran ejemplos de corrupción y de desvergüenza. Simplemente intento explicar lo que ni tú ni otros tantos querréis aceptar nunca: que muchos no tragan con vuestra simplista versión del problema. Supongo que por eso aplaudíais en vuestras asambleas agitando las manos al aire. No hay más sordo que el que no quiere oír.
A día de hoy no existe una opción veraz. Nadie, ni la derecha, ni la izquierda ni la puta que los parió han demostrado algo distinto a la adicción a la poltrona, al dinero, al coche oficial o a la prebenda barriobajera. Nada que convenza a esos millones de electores que democráticamente son de izquierdas o de derechas y que no se sienten representados por esos chimpancés descerebrados que levantan el brazo y el águila de San Juan mientras compiten por ver quién grita más fuerte “Viva España”, pero tampoco por una simbología republicana caduca, con olor a naftalina de posguerra y que parece no tener en cuenta que una república no convierte automáticamente a todos sus ciudadanos en progresistas de izquierdas (¿te suenan los Estados Unidos?).
Piensa en lo que te estoy diciendo, Naroa. Sé crítica con todo el sistema, no sólo con el de ahora sólo porque es de derechas. Mañana será de izquierdas y yo quiero seguir viéndote ahí, defendiendo con la misma pasión aquello que crees que es justo y cuestionando los desmanes y errores del gobierno de turno. Entonces me creeré tus ideas. Y tú habrás dejado de arrogarte el papel de representante única del pueblo sólo porque a las manifestaciones acudís cientos de miles, del mismo modo que de la ingente cantidad de hinchas del F.C. Barcelona o del millón y medio de asistentes durante la última visita del Papa a nadie se le ocurriría la estupidez de inferir que toda España es católica y del Barça.
De veras que lamento no haber podido disfrutar lo suficiente de tu compañía y tus argumentos, amiga mía. Es desalentador estar tan de acuerdo en el fondo pero tan alejado en las formas. No obstante, quedo a la espera de tu respuesta o de un próximo reencuentro, que tal vez se produzca en una manifestación a la que acudiremos juntos. Una manifestación en la que espero ver algún día una bandera, una sola, de España, sin que su portador sea abucheado o amenazado. Donde todas las ideologías democráticas estén representadas por conciudadanos, y no por simples adversarios de la consabida guerra de chaquetas rojas y azules que es este disparate en el fondo. Cuando una sola manifestación del 15M logre esto, entonces yo, y algún que otro millón de ciudadanos, estaremos ahí. Mientras eso no ocurra, no tengo más remedio que responderte con ese eslogan que tanto te gusta y que quiebra tu dulce voz después de cada manifa. El único con el que todos parecemos estar de acuerdo: que no me representáis. Que no.